jueves, 7 de mayo de 2009

Siete



De: Luna Santana santa.luna@live.com.mx

Para: gilipollas@zipolite.com

Tema: Ese tu apodo

 

Gilberto:

Sé que tu apodo es un juego de palabras, por tu apellido y nombre. Pero mejor te hubieran dicho polla, es que me gusta más, jajajajaja. La verdad anoche disfruté mucho tu presencia en mi cama. Cada vez nos estamos conociendo mejor, encontramos nuevas formas de acomodarnos. Que siempre sea así, ¿eh? No dejes de escribirme para que nos pongamos de acuerdo. Te veo luego. ¿Vamos al cine?

 

P.D. ¡Existe, existe, existe!

 

 

 

 

El ruido de una botella de tequila rompiéndose me despertó. Doris hacía el aseo de la casa. La sala se veía limpia, sin colillas de cigarros tiradas. Los discos acomodados en sus cajas, lo mismo que los casetes. Cada libro en su lugar, limpios. Eulalio no estaba en el sillón. Me dolía la cabeza y tenía ganas de vomitar. Busqué cigarros entre mis bolsillos. Inhalé con decisión. Sentí que la nicotina me levantó el ánimo mejor que un sermón de los que suelen dar en las iglesias. Doris caminó con una bolsa de basura hacia el patio. Abrió la puerta y el ruido recaló en mi cabeza: sentí que estallaba. ¡Ah!, qué rico es fumarse un cigarro en la resaca. Para mí es mucho mejor que echarse una chela fría. Prendí el radio. Pasaban las noticias. Nada importante qué contar, al menos por una nota perdida entre el ripio noticioso: “Alrededor de 50 ecologistas se manifestaron ayer por la mañana frente al palacio de gobierno, en protesta por el complejo ecoturístico que la iniciativa privada, con el aval de las autoridades, pretende hacer cerca de la reserva ecológica El Zapotal”.

            Doris dejó caer la bolsa de basura y, como rayo, llegó a la sala para escuchar la nota completa.

            —Súbele, quiero saber qué dicen esos mentirosos pagados por el gobierno y por las transnacionales.

            —No chingues, cuáles transnacionales. ¿Qué van a decir?

            —¡Shhh!, déjame oír.

            “Parte de este mismo grupo de ecologistas se trasladó, minutos después, al lugar donde se construirá el complejo ecoturístico para impedir que la zona sea aprovechada por particulares. Sin embargo, por la tarde, la presidenta municipal ordenó a la fuerza pública desalojar el predio.

            “Al ser desalojados se encontró en el lugar una cantidad industrial de botes de cervezas consumidas por los ecologistas. Varios de ellos fueron llevados, en completo estado de ebriedad, a los separos de la cárcel municipal”.

            —Hijos de su puta madre, quién les dijo que bebieran con la prensa encima de nosotros. ¡Chingada suerte! Al rato, en la junta con los dirigentes, tendremos que aclarar este desmadre. No es posible que hagan eso, pendejos.

            —Ja, ja, ja.

            —No te rías.

            —Pinches ecologistas, ni siquiera reciclan los botes de cerveza. ¡Qué cosas! Bueno, Doris, ya me siento mejor, después de haber escuchado esta noticia chusca. Luego me cuentas qué onda. Quien quita y me animo a entrar a tu organización. A ver si se mochan con el seis. Ahora te dejo en tus labores domésticas porque tengo que ir al periódico a poner un anuncio. Me saludas al Eulalio y lo limpias bien, se me hace que está todo vomitado.

            La casa de Eulalio y Doris está en el centro de la ciudad. Caminé hacia la calle principal para dirigirme al Cuarto Poder. Son cinco cuadras las que anduve. El día era caluroso, como siempre. Y se hacía más pesado después de haber bebido como energúmenos. Tres cuadras adelante del parque central está el periódico. Entré a la recepción y pregunté dónde podía poner un anuncio en los mensajes clasificados. La secretaria, una señorita de buen ver, me alcanzó un formato que debía llenar. Escribí el mensaje: “Solicito chavas de amplio criterio para sesiones fotográficas. Buena paga. Interesadas llamar al 044 961 63 7 00 86”. Le entregué el papel, estiró la mano para recogerlo, el escote de la blusa se abrió lo suficiente para dejar ver un par de tetas redondas, apretadas por un sostén color negro. Leyó el anuncio con atención, para ver si cumplía los requisitos, sonrió. Me volteó a ver, le pregunté si todo estaba en orden. Contestó que sí, guiñando el ojo. Le pregunté si le interesaba y que podía llamar a ese número, que preguntara por Gili. Dijo que lo iba a pensar, me explicó que siempre quiso ser modelo. Oye, le dije, nosotros estamos formando una agencia de modelos, por eso queremos hacer un catálogo. Me estiró una tarjeta de presentación, que seguramente encargó a algún diseñador del periódico: “Luisa Carrasco, licenciada en Lengua y Literatura. E-mail kitty25@yahoo.com”. Uy, otra intelectual. Mejor pregunta por Lalo, le dije.

            En la esquina del edificio del periódico esperaba a que el semáforo se pusiera en rojo. Un Fiesta verde pasó cerca de mí, casi atropellándome. Di un paso hacia atrás y le menté la madre con un silbido. Del lado del copiloto, en el espejo retrovisor, miré un rostro que se me hizo familiar. Quedé pensando por unos momentos de quién se trataba. A lo lejos, el carro dio vuelta a la derecha, rumbo a la Primera Norte, y me di cuenta de que era Luna. Mi corazón se aceleró. Sin fijarme en el semáforo corrí hacia la esquina. Al dar la vuelta, el carro arrancaba después de esperar en un semáforo. El tráfico era pesado, así que corrí como loquito entre la gente. Tenía que alcanzarlos antes de que llegaran a la Quinta Norte, sino se me iban a pelar. El carro avanzaba lentamente, pero no podía correr más rápido. Me aventajaban algo así como 50 metros. El semáforo se volvió a poner en rojo. Es mi oportunidad, pensé. Aceleré el paso, jadeando. La luz verde me sorprendió, el Fiesta arrancó. Traté de ver en el retrovisor si en realidad era Luna. Ya no alcancé a distinguir. El sudor me caía en los ojos, la vista se me nubla, apenas puedo sostenerme en pie, me iré gritando por los callejones. ¡Uff!, ya no aguantaba. El carro atravesó la Quinta Norte, aceleró, se perdió en lontananza. A mis 23 años no aguantaba una corrida de estas magnitudes, pero qué sabrosos son los camel. Llamé a un chiclero para comprar un par de cigarros sueltos.          

            Me senté en la banqueta a fumar. Respiraba agitadamente y me rascaba la cabeza; recriminaba la lentitud de mis pasos. Las piernas me temblaban. Me quedé pensando en la persona que manejaba el carro. ¿Quién podría ser? Al menos tenía el cabello largo, quizá era una amiga de Luna. ¿Y si era un hombre? No recordaba haber visto entre sus cuates a algún greñudo. No tenía amigos metaleros ni locos marihuanos. Es su amiga, es su amiga, es su amiga, pensé en repetidas ocasiones para convencerme de que no me había dejado por un rocker.

 

 


mentas: vlatido@gmail.com

ilustración: Juan Nahual