viernes, 29 de mayo de 2009

Diez


 

De: Luna Santana santa.luna@live.com.mx

Para: gilipollas@zipolite.com.

Tema: ¡Mil disculpas!
           

Mi querido Gilberto:

 

Querido por las dos cosas... ja, ja, ja, quiero disculparme contigo inmediatamente porque hace como una hora me llamaste a mi tel... y no quiero mentirte, reconocí enseguida tu voz, cómo no reconocerla, pero mi madre, que vino desde Paredón a verme, estaba justo enfrente de mí y no quería delatarme (no sabe que tengo un noviecito), pero me fui pronto para ver si volvías a intentarlo y pues, como era de suponerse, ya no lo hiciste. Es una pena, pero comprendo que te hayas encabronado, así que me siento en deuda contigo; quizá llamabas para decirme que no podías venir hoy, así que si puedes te espero mañana, ¿ok?

 

¿Me disculpas mi chiquito precioso? Qué cursi, ¿no?

 Sabes que se te quiere, trompudo hermoso.

 

Luna

 

P.D. La existencia me penetra.

 

 

 

 

Cuando desperté Luisa ya no estaba en la cama. Amanecí solo. Bajé mis pies y sentí el piso frío. Busqué mis calcetines y mi ropa. No quise bañarme. Solamente rasuré los pocos vellos que después de unas semanas atacan mi rostro. Vi la hora: las diez de la mañana. No tenía prisa, ni lugar a dónde ir. Tampoco sentía hambre. En el espejo me encontré vacío: ojos, cabello, boca, manos, brazos: carne. El único premio del amor es la carne. Todo es carne: un hijo es carnal, un beso es carnal; un te amo es carnal; una caricia es carnal; una mirada es carnal. Sin amor la carne no deja de existir: se pudre. Pero aun así la carne revive de sus llagas para brindar satisfacciones, para ser el eterno elixir que perpetúa nuestra insignificancia terrenal. El amor no es necesario. Ahora lo sé. Sólo espero que donde quiera que estés, Luna, goces del amor corporal. Así son los nuevos tiempos (siempre fueron viejos tiempos). Somos hombres posmodernos. El instante es lo que nos distingue. Vivimos en el aquí y ahora, no más. El último hombre comienza a extinguirse. El fin del mundo está a la vuelta de la esquina. Los jinetes del Apocalipsis cabalgan entre nosotros. Se han abierto las puertas del infierno. El instante es un respiro, la vida es un respiro igual a los demás. La moda, la figura, el estrés, los gimnasios, las discos, los bares, el cine de Hollywood, los Mc Donalds, el deporte, el amor, la internet, la televisión, la música, los ídolos, los héroes, dios, luzbel, Flaubert, Tolstoi, Rulfo, Revueltas, Traven, Monsiváis, la ropa, todos somos instantáneos, como la sopa. Somos iguales. Eso es vivir con comodidad, con sencillez, las cosas mientras más prácticas mejor; mientras son más vacías más llenan la soledad.

            Después de haber cogido con una desconocida mandé pedir una pizza. El repartidor llegó exactamente 20 minutos después de haber colgado el teléfono: acorde a nuestro tiempo. Y así como vino se fue: se subió a la moto y desapareció como un perfecto desconocido. La pizza todavía estaba caliente. Comí dos piezas junto con una coca cola light. Después de un rato la pizza se había enfriado. La metí al horno de microondas, en un tris estaba lista para comerse. Engullí otro par de pedazos, me sentí lleno, satisfecho, bien alimentado. Transcurrir del tiempo. Prendí el televisor para ver una serie de caricaturas gringa: Los Simpson. Fumé como loco mientras veía las caricaturas, muerto de risa. Estaba solo en casa y no quería que nadie estuviera conmigo. Disfrutaba ese refugio desde el cual podía espiar al mundo entero, con tan sólo mirar las noticias, oírlas, o conectándome a internet. El teléfono había estado sonando en el transcurso del día pero no quise contestar. Así llegó la noche. Recalenté los trozos de pizza que sobraban y cené. Cambiaba los canales de la televisión sin encontrar uno que satisficiera mis necesidades posmodernas. En realidad eso era ser posmoderno. No sentía remordimientos, ni tapujos morales. Quería satisfacer mi ego. Los demás no importaban, el mundo fue hecho para los hombres solitarios. Lo único que me faltaba era escuchar música. Busqué un walkman viejo que hacía tiempo no utilizaba (qué contradicción, pero no tenía discman, ni ipod). Las pilas todavía servían, al menos para utilizar el radio. Sintonicé, primero, la radio estatal, pero ahí pasan pura música intelectualizada. No. Quería música de plástico. Puse la aguja exactamente donde se escucha Exa FM. Voces melodiosas de chicas y chicos fresas circulaban por el espacio sonoro. Contaban chismes de artistas de moda; platicaban del jet set y de la high society de Tuxtla; recomendaban bares y discos para reventarse y ligar de lo lindo; y lo que esperaba: el recicle de la música: estaban dándole duro a uno de los tantos discos de La Academia: canciones de Amanda Miguel, Pedro Fernández, José José y una sarta de artistas populares. Por supuesto que después no pudo faltar el sabroso punchis punchis.

            Con el punchis entrando y saliendo de mis oídos me recosté. Recordé el Ford Fiesta verde corriendo por la avenida central. El rostro del retrovisor era el de Luna, sin duda. El punchis que se escuchaba en su estéreo era interminable. Luna se acercó a mí con esa sonrisa infantil intrigante. Le dije que el amor era lo último que quedaba en la tierra: se está muriendo. Cerró mi boca con un beso prolongado. Su lengua buscó incansablemente la mía. Chocaron como dos seres autónomos. Es la libertad del ser. Se aflojaron mis músculos, desaparecieron tres, cuatro arrugas, las patas de gallo. Esto aliviará mis huesos destrozados. Meto la primera del Fiesta, viajamos rumbo a Paredón. Me pide que detenga el carro en La Sepultura. Apagué las luces: el punchis laceraba mis oídos: ella colocó su cabeza en mi regazo: dormimos juntos.

 

www.cinitoporno.blogspot.com

mentas: vlatido@gmail.com

ilustración: Juan Nahual