jueves, 16 de julio de 2009

Quince

Doris me llamó por teléfono porque quería platicar conmigo. Nos citamos en el café del Centro Cultural. Ella quiso ir ahí. Sabía bien que a mí el café, aunque sea de Chiapas, no me gusta. Prefería un vaso lleno de caguama bien fría. Pero insistió.

—¿De qué se trata? —le pregunté por teléfono.

—Nada, hombre, quiero platicar contigo.

Se dio cuenta de que la espié, pensé.

—¿Segura que no ha pasado nada importante?

—No, tengo ganas de platicar con vos, como cuates. ¿Qué, no me querés ver?

—No es eso. ¿Se trata de Eulalio?

—No.

—¿Entonces?

—No te lo puedo decir por teléfono

—¿Por…?

—Quiero que me veas fijamente a los ojos.

—¿Me vas a declarar tu amor?

—Sí, cómo lo intuiste.

—Ya ves, así somos los hombres guapos que estamos acostumbrados a tratar con infinidad de enamoradas.

—Ajá, brincos dieras. Nos vemos a las seis en el café. No me vayas a dejar plantada. Llevas cigarros ¿eh?

Me pareció raro que Doris haya insistido tanto en platicar conmigo. Lo único que pensaba era que me había visto espiándola. Comenzaba a inventar excusas. Le iba a decir que todavía estaba bolo y que en realidad no me produjo ningún placer, fue algo natural. Sonaba bien. ¿Y si no me creía? Entonces le diría que soy sonámbulo. Tenía los ojos abiertos pero no veía nada. No, eso parece más infantil. Ella me conoce, sabe que no padezco de eso. ¿Entonces?

Cuando llegué al café, Doris ya estaba ahí.

Después de saludarnos pedimos dos tazas de café. No me importó. Sabía que las iba a necesitar para tranquilizarme ante las acusaciones de Doris. La veía nerviosa. Sentía que en cualquier momento iba a comenzar con las embestidas que se merece un enfermo como yo. Es que ser mirón es patológico. Claro que no me considero un maniático sexual, ni depravado o desenfrenado. Hay peores. Para mí es algo que acabo de descubrir. Además, a quién no le fascina el cuerpo de una mujer desnuda. Pero de una mujer bien formada, con curvas pronunciadas y protuberancias en su lugar. Tampoco exijo un cuerpo perfecto, sólo que sea armónico.

El primer tema que abordó Doris fue el de los ecologistas. Estaban metidos en problemas porque habían secuestrado autobuses. La alcaldesa había ordenado su recuperación y otra vez había varios detenidos. Pero Doris pensaba que la policía la andaba buscando porque el día del operativo se escapó de sus manos. Se veía preocupada.

—Qué haces aquí, deberías estar en casa o irte de vacaciones —le dije.

—Es lo que pienso hacer. Me van a buscar aquí en Tuxtla pero no creo que lo hagan en San Cristóbal.

—Te dije que eso del comunismo, intelectuales y activistas de izquierda son puras jaladas. Todos secuestran camiones y les dan motivos para que les echen a la perrada.

—Sí, pero no podemos dejar que nos gobierne una oligarquía, hasta la naturaleza quieren privatizar.

—No te digo, pinches comunistas.

—¡Oh, déjame hablar! Ya ves lo que hicieron con el Cañón del Sumidero. No solamente alteran el equilibrio ecológico, sino que elitizan todo lo que se puede. Con El zapotal está pasando lo mismo. El complejo ecoturístico no es obra del municipio. Atrás hay intereses de gente de lana. No parece justo.

—Sabes que así es el neoliberalismo. El Estado no se quiere hacer cargo de nada. Dicen que se acabó el paternalismo, que instaurarán el Estado mínimo, que cada quien se rasque como pueda, que coman lo que encuentren. Es una mierda. Cada vez somos más los pobres.

Doris me miró fijamente. Recordé lo que me había dicho por teléfono. “Quiero que me veas fijamente a los ojos”. Supuse que había llegado el momento de echar a andar el plan. Los pretextos que había inventado los repasé mentalmente. Sí, le iba a decir que todavía estaba bolo.

Me pidió un cigarro. Fumó con la mirada perdida.

—Ayer habló al celular una tal Luisa, ¿la conoces? —preguntó. Quedé un momento callado. No sabía qué contestar. Me sorprendió.

—¿Se portó mal contigo?

—Dime si la conoces —insistió.

—Sí —no tuve opción.

—Esa vieja me está dando mala espina. Habla para preguntar por Eulalio. Te lo voy a preguntar una sola vez y quiero que me contestes con la verdad: ¿son amantes?

—¿Ella y yo?

—No te hagas pendejo, Eulalio y ella.

—No, cómo crees. Luisa es mi chava. Le dije que le hablara a Eulalio porque mi teléfono no sirve. Eulalio quedó de avisarme cada vez que Luisa le hable, ya sabes, para ponernos de acuerdo para salir. Él me ha pasado los recados varias veces. Ayer mismo me dijo que Luisa quería hablar conmigo.

—Entonces esa chava ha de estar muy enamorada de ti, porque habla a cada rato. Hoy habló tres veces y ayer lo mismo. La verdad estaba comenzando a pensar mal.

Sonreí.

Le expliqué que vivía sola en Tuxtla. Había estudiado literatura y que por eso se habían caído muy bien con Eulalio. Las veces que habían platicado lo hicieron de libros y autores que para mí resultaban extraños. Eso me animó a pedirle que le hablara para pasarme los mensajes. Si se agradaban ella no se cohibiría por recurrir a Eulalio para avisarme de sus tropelías o para vernos.

—¿Gilberto, ya te olvidaste de Luna? —preguntó Doris.

Me agarró desprevenido. Hacía varios días que no pensaba en Luna. El proyecto que tenía en mente me absorbía.

—La verdad no sé —le contesté.

—¿Sabes qué fue de ella?

—No.

—A mí me caía muy bien. Desapareció de repente, sin decir algo. Me pregunto qué será de ella, a dónde se habrá ido. Dejó la escuela, te abandonó. Es raro.

—Sí.

—Lo grandioso es que encontraste a otra chava. No es bueno estar solo. Te propongo una cosa: organicemos un viaje a San Cristóbal, no sé, estemos allá una semana. Nos va a servir a todos. Yo me voy a alejar de la policía y de los ecologistas; Eulalio se va a distraer un rato, a veces me asusta porque se la pasa leyendo todo el día y, últimamente, ha desatendido dos eventos por estar con sus libros. Creo que a ti te servirá para olvidarte por completo de Luna y acercarte mucho más a Luisa.

La idea no era tan descabellada. Lo que estábamos esperando era una oportunidad para pirarnos a San Cristóbal unos días. Era el lugar perfecto para echar a andar el proyecto de la agencia voyeurista. Sólo Luisa sería la observada. Ahora tendría que ponerme de acuerdo con ella y con Eulalio para sostener la pequeña farsa que acababa inventar. De alguna manera tendríamos que estar los cuatro sin que Doris sospechara de nuestros planes. Es más, allá nos daría tiempo de enganchar a alguna francesita o tal vez a una gringa para consumar nuestras intenciones.

—¿Sabes de alguien que nos pueda prestar una casa allá? —le pregunté.

Llamé a la mesera y le pedí, casi por inercia, otro café para los dos.

—Sí. Tengo una amiga que tiene una casa con dos o tres cuartos. Ya una vez fuimos. Se la puedo pedir. Ella vive acá y esa casa la usa de vez en cuando. Sabe que mi situación es delicada. No creo que me la niegue.

Perfecto, pensé.

Al siguiente día me comuniqué con Eulalio. Le planteé la situación. Él tenía dudas. No quería que Doris estuviera. Me reclamó porque consideraba que había errado la táctica. Le dije que una vez allá nos las ingeniaríamos para que todo saliera a la perfección. Además, le reclamé, por qué Luisa le había estado hablando y yo no lo sabía. Me dijo que estaba preguntando si se iba a hacer el negocio, y como él, gracias a mi dadivosa designación, era el administrador, sabía cómo, cuándo, dónde y con quién se haría. A fin de cuentas yo sólo era el fotógrafo y el camarógrafo, como quien dice un gato.

Después llamé desde mi casa a Luisa. Le dije que el fin de semana nos iríamos a San Cristóbal para comenzar a trabajar. También le comenté la plática que había sostenido con Doris. Aceptó el juego, le parecía divertido hacerse pasar por mi novia. También le informé que ella sería la única modelo. Tampoco chistó.

mentas: vlatido@gmail.com