jueves, 16 de julio de 2009

Dieciséis


De: Gilberto Pola gilipollas@zipolite.com

Para: santa.luna@live.com.mx
Tema: Re: No te sientas mal

Hola Luna, tu último correo lo sentí medio agresivo. No sé, me dio la impresión de que escribiste como diciendo: a mí éste no me hace nada, pues qué se cree. Pero de todos modos me da gusto que hayas respondido y que "digas" que no estás enojada conmigo. El martes iba a ir a tu casa pero me encontré a Eulalio y no me lo pude quitar de encima. Pero uno de estos días, no te voy a decir cuándo, voy a llegar para ver el rostro de felicidad que vas a poner cuando me veas atravesar la puerta de tu casa. Sígueme escribiendo, ¿sale?

Gilberto

P. D. Existir es esto: beberse sin sed.





San Cristóbal es una ciudad llena de extranjeros. Algunos le dicen la ciudad de los vientos y no porque el aire sople a todo pulmón, sino porque a ella llegan a parar personas de múltiples nacionalidades, muchas de ellas conocidas como turistas revolucionarios. Es un mote chido. Turistas y revolucionarios. El sup Marcos es un imán para los extranjeros. Llegan con mochilas desgarradas, cayéndose a jirones, se hospedan, algunos, en posadas baratas. Son llamados, también, turistas lumpen. Claro que además llegan extranjeros nice. Rápido se les ve la lana.

Los cuatro llegamos por la tarde. Buscamos la casa de la amiga de Doris. Nos metimos por calles angostas cercanas a Santo Domingo, un ex convento en el que se apuestan, en sus alrededores, jipis e indígenas a vender sus artesanías. La casa tiene tres cuartos. En uno se quedaron Eulalio y Doris y en otro Luisa y yo. El tercero serviría para montar el estudio, sin que Doris lo notara.

Llevábamos dos días en San Cristóbal cuando decidimos ir a comprar algunas baratijas. Fuimos a Santo Domingo, con los jipitecas. Recorrimos los pasillos del mercado en busca de algo que satisficiera nuestras necesidades. Luisa vio un collar de semillas, no sé de cuales, que le encantó. Se la pasó regateando con el jipi mientras nosotros nos adelantábamos mirando toda la bisutería contracultural. Las ropas que vendían pretendían ser étnicas, hechas por manos indígenas. Pero mucha tenía etiqueta de fábrica; las indicaciones eran las mismas que las de cualquier prenda que venden en los supermercados. Nada valía en realidad la pena.

—Para la siguiente vez vamos al mercado de Chamula. Ahí sí encuentras ropa hecha por los indígenas, aunque, claro, es cara —dijo Eulalio con un gesto de molestia.

—Aquí también hay —le dije— todo es cuestión de que sepamos buscar. No vamos a ir con cualquier greñudo que pretenda vender ropa indígena sólo para querer dignificar nuestras raíces culturales.

—Ya sé —respondió Eulalio con el mismo gesto.

Luisa todavía regateaba con el vendedor. Eulalio y Doris, tomados de la mano, entraron en la iglesia de Santo Domingo. Yo seguí caminando por los pasillos. Observaba con detenimiento lo que podría servirme. Bueno, dije, pues voy a tener que comprar baratijas, no hay de otra. Pregunté por algunas pulseras y por aretes. Hacia el final del pasillo vi un puesto de discos. Caminé para ver qué tipo de música vendían.

Me acerqué y salió un tipo con acento extranjero, algo así como argentino. Dijo que podía levantar cualquier acoplado que me interesara, sin compromiso alguno. Por supuesto que sin compromiso, pensé, ni modo que con sólo tocarlo tenga que hacerme de él.

—Éste, de Feliú, está de poca madre, te lo recomiendo —dijo mientras se acomodaba la liga con la que amarraba su cabello, largo como una cola de caballo.

—Gracias.

—Llévatelo, ese cubanito tiene buenas rolas.

—No.

—Mira, creo que te puede interesar este otro.

Mostró un disco de Garigoles, espécimen raro en esta la tierra de los confines. Vio mi sonrisa y se apresuró a decirme el precio. 50 pesos no se me hacía caro porque el material, a simple vista, parecía ser original. Saqué un billete y se lo extendí. Al recibirlo, pude ver en su pecho un dije con la forma de una Luna.


mentas: vlatido@gmail.com

ilustración: Juan Nahual