viernes, 21 de agosto de 2009

Veinte


Eulalio llegó por la noche a la casa. Yo apenas despertaba. Él presumía un disco que acababa de comprar. Eran los éxitos de Jaime López. Lo puso a todo volumen.

—Ya valió madres el plan que teníamos —le dije.

A pesar de ser tarde, Eulalio todavía sentía los estragos de la resaca.

—No jodas —dijo.

—Es en serio, cabrón. Me he dado cuenta de que es un sinsentido esto que queremos hacer. Tú tienes a Doris, tu mujer, te quiere. Y yo…

—A Luisa —atajó desde un sillón Eulalio.

—Tú sabes cómo llegó Luisa hasta nosotros.

—Ya deja de hacerte el mártir, el abandonado. Sé muy bien cómo llegó, pero bien que te gusta echártela cada vez que puedes. Además, no creo que sigas haciéndote tus chaquetitas de dormir. Creo que tienes razón, debemos abandonar esa idea tonta; sabes bien que nunca la íbamos a hacer, era sólo para echar desmadre, y ya ni echábamos. Así que no queda otra más que disfrutar los días que nos quedan acá.

Subió el volumen a su música.

—Disfrútalo vos. Acabo de ver a Luna. Está igual que la última vez que estuve con ella. Terminamos amándonos, prometiéndonos todo lo que un par de bobos enamorados se prometen. Ella, con la libertad de ser una mujer como las de ahora, sin compromisos ni pendejadas. Pinches viejas. Yo, con la intención de ser como dice esa pinche canción del Jaime López.

A ver a ver, de aquello hace tiempo,

estoy enamorada de él, me dijiste.

Por no dejar de hacerme el posmoderno,

te dije cómo no que más da puedes irte.

Eulalio buscó el track de esa canción y la puso a toda madre. Pinche Lalo, dije, que hijo de la chingada eres. Te acabo de decir que me rompe la madre esa canción, que acabo de ver a Luna, y vos la ponés como si nada. Ya ni la chingas.

Eulalio se carcajeó.

El pinche proyecto guarro de contratar viejas sólo para mirarles su panochita escurriéndose valió madre. En este negocio se necesitan dos cosas: una, tener una labia como campeón mundial de oratoria, junto con una verga bien grande, como la de los chistes de burro; o dos, tener un chingo de paga para restregárselas a las viejas en el culo, que sientan la vibra, el calor sucio de los billetes y el frío masoquista de las monedas para que se quiten las bragas y posen ante la cámara; claro, después, con unas cuantas chelas encima, la diversión se acrecienta hasta el orgasmo. Lo del verbo para amarrar los conectes nunca ha sido lo mío, y lo de la verga, pues, eh, sigo convencido que eso solamente pasa en el onírico y ficticio mundo de los chistes. La excepción había sido Luisa; todavía no sé con certeza qué la orilló a iniciar esta aventura, que devino cursi amor con quien se suponía la quería solamente para echarse un palito. He aprendido a querer a Luisa. Ya no la veo con esos ojos de lujuria del principio, cuando por equivocación llegó a mis brazos y entre sorbos de tequila comenzamos a coger. Seguimos cogiendo, eso sí, con fuego, como si dentro de nosotros las brasas nunca cesaran. ¿Has visto los elotes asados que venden en San Cristóbal? Sobre las brasas el elote se quema hasta que, en su punto, es desgarrado por los dientes de quien paga cinco pesos para engullirlo. Lo mismo sucede entre Luisa y yo. Basta con que juntemos nuestros cuerpos para que el calor nos sofoque y nos lleve, cual mandato, a quitarnos las ropas y a penetrarnos. Una vez se lo dije a Luisa, con estos términos, con esta metáfora, y me dijo que de poeta tenía lo de santo, es decir, ¡que poca imaginación tienes para decir cursilerías o cosas bonitas, idiota! Así llegó Luisa, buscando aventuras para encontrar el amor; así llegué yo, tratando de hacer realidad un sueño preparatoriano, de chamaquito pendejo, para encontrarla a ella en eso, que, ¡ay, que cursi…! Luna ya no asomaba; para ella la noche era lluviosa, tenebrosa, oscura. Había decidido cerrar ese capítulo y dejar que otras luces me bañaran. Después de todo, la peregrina idea voyeur había traído como resultado el destierro casi por completo de un recuerdo selenita (¡ufff!) para que como mujer encinta otro astro ejerciera su influencia. Nadie más se había presentado a nuestro llamado desgarrador y voyerista, por lo que ese cuentecito de la agencia de modelos, mejor dígase edecanes, mejor damas de compañía, olía a naftalina, a viejo. No teníamos razón para seguir con eso entre manos, además, el pinche frío de San Cristóbal y sus múltiples esnobistas rastasjipiesdarkiesmetaleros e intelectualesdemierda me tienen hasta la madre. Así que, en una de esas les dije a Eulalio y Luisa, me regreso por cigarros a Hong Kong: ¡ahí te dejo con el piso limpio, con la cama hecha y ese tu jarrón, que aburrida vida me voy a Hong Kong! (Bendito Jaime López; gracias por presentármelo, Eulalio). En un par de días estábamos de regreso en Tuxtla, otra vez todos juntos. Eulalio y Doris después de todo seguían siendo la pareja perfecta, el uno para el otro. Doris con sus jaladas ambientalistas, sus ONG y esas otras cosas de ciudadanos comprometidos, apasionados, amantes del argüende; y Eulalio, en casa con su biblioteca y sus novelas, con nuevos descubrimientos como un tal Claudio Magris del que, se ufanaba, solamente él y algún despistado incógnito conocía en estas latitudes. Eso de la fotografiada y filmada estaba quedando en el recuerdo de su mente cochambrosa, pues por alguna razón extraña ahora sí estaba decidido a buscar una chamba, quizá como maestro de literatura en la universidad (más carne para mirar; teenagers, pensé cuando me lo dijo) o tal vez en la burocracia cultural, como empleado o jefe, si es que alguien se descuida, en esas instituciones de gobierno cuya función principal es promover y difundir la cultura. (Hijosdesuputamadre, así es la mierda burocracia.)


mentas: vlatido@gmail.com

Fotografía: Juan Nahual