jueves, 13 de agosto de 2009

Diecinueve



Al mediodía, con un dolor de cabeza que laceraba hasta la más brava de mis neuronas, salí a comprar alguna bebida rehidratante. La noche de ayer, como era de suponerse, se convirtió en un bacanal más. Caminé por las calles tristes, frías, de la ciudad. Desayuné tamales en el mercado. De nuevo caminé hacia Santo Domingo. Todo igual.

Qué cabrona la vida. Solamente he pensado en montar ese sueño guajiro, eso de andar espiando viejas. Nada tengo, nada soy. Luisa ya me había hecho ver lo vacío que estoy, aunque había habido entre nosotros, por paradójico que parezca, una suerte de puente después de las irrisorias sospechas de Doris.

Pensaba en esos dislates mientras caminaba, con gatorade, sobre las aceras de Santo Domingo, entre tanta historia, entre gente que busca una manera de ganarse la vida, muy a su modo.

Alcancé a ver las curvas de una mujer que cruzaba la calle.

(Iba a decir que cambió mi rostro, pero no entiendo exactamente cómo es cuando un rostro cambia. A mí me han dicho muchas veces que mi rostro cambia con facilidad, que si me sonrojo, que si me encabrono, que si me asusto, que si estoy pálido, que qué chingados tengo. No entiendo. La vez pasada andaba en el cine con Luisa, muy acaramelados, queriéndonos comer. Enfrente me topé con una vieja amiga, bien sabrosa; la saludé como si nada. Después Luisa me dijo que me había cambiado el rostro. Ai sí que me sacó de onda porque no sentí ninguna sensación especial al ver a mi amiga, por eso digo que no entiendo exactamente eso de las expresiones faciales).

La seguí con la mirada lentamente, no puedo decir que extraviada, la vi llegar a uno de los puestos, con un jipi. La besó en la boca. Se sentaron. Ella sacó de entre su bolsa un par de sándwiches y refrescos. Comieron. Parecían felices. Vi su rostro.

Sí, era ella, Luna.

Estuvieron juntos por espacio de 20 minutos. Yo sólo acertaba a ver de lejos, escondido entre la multitud.

Se despidió con un beso cariñoso y volvió a atravesar la calle. No quise seguirla.

Atónito.

Caminé hacia el puesto aquel para encontrarme con el argentino que me había vendido el disco de Garigoles. Tenía, en el piso, sobre una manta, otras baratijas. Me acerqué con la supuesta intención de comprar algo. Pregunté el precio de unos aretes adornados con plumas. Escuché su voz, su acento argentino, extranjero.

—20 pesos.

En la ciudad esquivé charcos. Comencé a patear una piedra. Me senté. Sudaba. Entré a un café con el pretexto de ver una exposición de las bellezas naturales de Chiapas. Pinches promocionales turísticos. Chiapas es el paraíso. Pura madre. Pinches promocionales. Pinche turismo. Nadie quiere saber que en el paraíso también se sufre. Ni vengan a visitar los riítos, las cascaditas, las ruinitas porque les voy a aventar mi corazón lleno de mierda. Correré a los restaurantes para vomitar, sacar las tripas. Tendré que abrir las alcantarillas para sacar la inmundicia, regarla por la calle junto a un chorro de mi semen.

Me dirigí hacia un bote de basura. Estaba casi vacío. La gente tira sus desperdicios en la calle. La ciudad es el recipiente. Pinche gente. Pero no quiero tirar su nombre en la ciudad. Si lo hago me la encontraré otra vez. Pinche ciudad. No. Pronuncio: Luna. Eructo. Luna, me cansé de esperarte por las noches para ver tu ombligo. Luna, ya no quiero sentir tu olor a tabaco impregnado en tus manos, en tus ropas. Ni ver tus dientes amarillos. Luna, ya no quiero escuchar tus poemas ni a tus pinches cantantes. Luna, pinche Luna. No quiero tomar café en tu casa, frente a la televisión, viendo películas. Luna, quiero que los satélites desaparezcan, que haya una hecatombe para que acabe con todo, contigo, con la Tierra. Luna, no me enseñes tus braguitas en el sillón. No te metas el dedo en la vagina, no me llames con el dedo. ¡Luna!

Eructé en el basurero. Eructo tu nombre Luna. Arrrggg. La boca del recipiente es estrecha, hago un esfuerzo por ensancharla, abrirla como lo hacía con tus piernas. Quiero meter la cabeza y gritar, hasta allá adentro, tu nombre. Pinche Luna. Yo no quiero recordar los buenos momentos. No mames, pinche Luna, esas son cursilerías. Quiero hacerme daño, quiero matarte en este basurero. Con la cabeza dentro vuelvo a eructar. Adentro todo se remueve, hay un olor agrio. Pinche Luna. Vomito. Es saliva aceda. Pinche gastritis. Vomito tu nombre, Luna. Lo vomito en el basurero.

mentas: vlatido@gmail.com