martes, 10 de marzo de 2009

Uno


Tengo que hablar con Luna, hace más de un mes que nada sé de ella. La necesito. Ya no escribe ni llama por teléfono. Hace días me ronda por la cabeza la idea de fotografiar cuerpos de mujeres sin ropa, no necesariamente cogiendo ni masturbándose. Es sólo una locura que como relámpago se me atraviesa en la calle, en el colectivo o cuando intento dormir, soñar. Me imagino un cuerpo, el de Luna, de perfil, mostrando sus carnosas nalgas y sus tetas chiquitas como un par de limones; frente a ella un altar, con la imagen de Jesucristo.
No sé si Luna sea la modelo ideal. Tiempo atrás, después de coger, nos poníamos a platicar esa idea, a media luz, en su habitación. Le insistía bastante, se negaba. ¿Cómo iba a posar desnuda ante una cámara si cuando hacíamos el amor apagaba las luces? No entiendo por qué no le gustaba ver nuestros cuerpos desnudos, sudados. El tema de convertirse en modelo soft porno fue el centro de varias conversaciones, de muchas noches.
Aquí tengo su número telefónico. Me lo dio al siguiente día de haberla conocido. Fue en una combi: nos enrolamos en brigadas de observadores electorales para ir a los Altos de Chiapas, zona de alto riesgo en la que se corría el rumor de que se quemarían urnas. Ese día llegué muy temprano a la ciudad de San Cristóbal, donde estaba el comando central de los brigadistas. Me tocó ir a Morelia, una comunidad autónoma gobernada por la guerrilla zapatista en la que hubo uno de los famosos Aguascalientes, ubicada en la zona de Las Cañadas, la más peligrosa.
A las seis de la mañana arribé al lugar donde saldría la combi. Cuando subí al coche, Luna ya estaba adentro.
—Hola, ¿este es el carro que se va a Morelia? —le pregunté.
—Sí —respondió cortés.
Anduvimos todo el día recorriendo esa comunidad y otras aledañas. Ella llevaba una cámara fotográfica y yo una de video. Éramos el equipo perfecto, nos complementábamos. Durante la jornada me enteré de algunos de sus pormenores: tenía 22 años, vivía sola en Tuxtla, era de Paredón, un pueblo de la costa muy bonito, según ella; estudiaba Diseño en la Salazar, le interesaba la fotografía. Lo primero que vi fueron sus ojos claros y luego bajé la mirada a sus senos pequeños; andaba un pantalón tallado, estaba cruzada de piernas, me las imaginé bien formadas.
Al llegar a Morelia, Luna se adelantó. Saltó del automóvil. El conductor quiso ayudarla, pero cuando se bajó a abrir la puerta Luna ya había dado varios pasos hacia las casillas. Yo salté detrás de ella y le pedí al chofer que estuviera pendiente por cualquier eventualidad. En esas comunidades cualquier cosa puede pasar.
Ella se movía con naturalidad entre las casillas, tomaba fotos sin ningún recato. Decidí seguirla para grabar con la cámara. Sabía que si nos separábamos podrían quitarnos el equipo. Me aferraba a la cámara, si la perdía el cabrón de Eulalio me la cobraría caro, tal vez a lo chino. Le costó trabajo prestármela porque la ocupaba para grabar videos de bodas, bautizos, quince años o cualquier fiesta por la que le dieran alguna paga.
Hacia el final de las elecciones, Luna había quemado por lo menos tres rollos y yo grabado casi cuatro horas de video. El trabajo estaba hecho. Al regresar a San Cristóbal comenzó a llover. Estábamos en el parque, era medianoche y el frío más intenso que de costumbre. Corrí junto a Luna al hotel donde se hospedaba. Al llegar revisamos nuestros equipos. La cámara fotográfica estaba intacta, sin mojarse. La de video se había humedecido. El material grabado estaba a salvo, pero la cámara no encendía.

mentas: vlatido@gmail.com