jueves, 18 de junio de 2009

trece


De: Gilberto Pola gilipollas@zipolite.com

Para: santa.luna@live.com.mx
Tema: ¡sorpresa!

Hola Luna, cómo has estado, dirás: éste qué se cree, me habla un día, va a mi casa, se la pasa bien, coge, y de un momento a otro desaparece y no se acuerda de mí. Lo comprendo. La verdad es que soy un desgraciado que se aparece cuando quiere, aunque muchas veces tengo cosas qué hacer; en la noche como que me da algo de no sé qué y prefiero quedarme en casa. No es raro que me tarde eternidades en responder un correo, tal vez por eso medio mundo se aleja de mí. Pero te cuento: a veces me gusta esta soledad y estar fuera de todo lo que la gente hace normalmente. A lo mejor debería estar en un manicomio. Solamente espero que no estés enojadilla conmigo y que me comprendas. A veces como que me entra el remordimiento y digo: no esto no se hace, mira que Luna es buena gente y no me pide más que estar con ella un rato. Además, no quiero que se vaya a sentir mal. Qué tonto soy, no crees. ¿Puedo verte en estos días?

Saludos

Gilberto

P.D. Yo que escucho, existo.




—Ja ja ja, aceptas que eres un degenerado ¿cuántas chaquetas te haces? No te basta con cogerte a mis fajes —dijo Eulalio cuando le confesé que me gustaba espiar. Claro que no le comenté que Doris era una de mis víctimas. El motivo de montar una agencia de modelos era regodearse con las chavas. Pero no solamente tomarles fotos, sino espiarlas desde que comenzaran a quitarse la ropa hasta quedar en cueros. Eulalio, aunque nunca había reparado en ser un mirón, también quería formar parte del show, sobre todo porque se estaba convenciendo de que necesitaba vivir aventuras diferentes, coger con otra mujer que no fuera, como todas las noches, la suya.

Cuando me di cuenta de que me gustaba espiar me puse a leer sobre voyeurismo y esas cosas. Para algo tiene que servir internet, ¿no? Tampoco asumo la actitud de Eulalio y Doris, incluso la que asumía Luna; nomás leo un rato, cuando me conviene, y en internet. Ellos se la pasan con un libro en la mano o en la mochila. Ahora lo que me interesaba era lo voyeur.

—Creo que ser un voyeur es algo natural. Todos hemos sentido la curiosidad de ver sin ser vistos. Por eso el éxito de los reality shows. Convierten en espectáculo la realidad, al drama de los demás. Y nosotros, como cualquier hijo de vecina, paramos la oreja y vemos las desgracias de los otros. Es como si todo el día estuviéramos espiando al de al lado, en su casa, y enterarnos de lo que sufren. Ya ves, el big brother de eso se trata, es uno de los programas con mayor rating de la televisión en México.

—Pero eso, como televisión, es basura —replicó Eulalio.

—Sí, es basura porque la televisión debe ser aprovechada de otra manera, sin programas tarados y banales.

—Es cultura de masas.

—La pulsión escópica del hombre es natural. Mientras no se masifique seguiremos conservando inviolable nuestra condición de seres humanos únicos e irrepetibles.

—Sí, aunque te diré que eso es degenere.

—¡Bah!, ya no intelectualicemos a este pinche mundo. Tú también estás entusiasmado con el proyecto.

—A fin de cuentas eso es lo que nos mueve: el sexo. Dejándonos de mamadas, solamente Luisa es la que está puesta, no tenemos a nadie más.

—No resultó la idea de poner un anuncio. Las tuxtlecas son bien mochas.

—Les gusta coger, eso sí, pero a escondidas de sus papás.

—Ja, ja, ja. ¿Y quién coge con los papás mirando? Les gustaría, ya ves que todos somos escopofílicos.

—Luego reniegas porque intelectualizamos.

—En serio, necesitamos buscar más chavas. Vamos a Las maravillas. Ahí contactamos a alguien que quiera exhibirse. Porque te diré que así como hay voyeuristas, como vos, también hay exhibicionistas.

—Ajá, gracias por lo de mirón.

—De nada.

—Vamos hoy.

—Órale.

Las maravillas es un antro de medio pelo donde hay strip. No es de gran alcurnia ni llega lo más selecto de la sociedad tuxtlequita. Al contrario. Está refundido en La Albania, una de las colonias más conflictivas de la ciudad. Al llegar cruzamos un garaje y después un guardia, que nos registra de pies a cabeza, nos condujo a través de unas escaleras al bar. El espectáculo no había comenzado. Pedimos unas cervezas. Destapé una cajetilla de camel.

—¿Por qué fumas camel? —preguntó Eulalio.

—Porque son los que fumaba Luna.

—¿Fumaba?

—Sí.

Una voz grave anunció a Esmeralda, la chica más ardiente de la noche. Esmeralda, delgada y de buen ver, comenzó el espectáculo. Esa está bien para las fotos, pensé. Al ritmo de la música, como si fuera un rito (con seriedad, mirada clavada en la de los demás) Esmeralda se fue quitando la ropa. Caminaba hacia las esquinas de la pista. En cada una había un tubo. Bailaba flexionando el torso, como poniéndose en cuatro. Sus nalgas rosadas quedaban al descubierto, sólo una tira de la pantaleta impedía ver más allá. Bailaba delante de las mesas e invitaba a todos a poner billetes entre sus ropas de trabajo. Una vez que hubo juntado una buena lana (billetes de 100 y 200 pesos) se desnudó completamente. En ese instante se desvaneció la música, recogió el dinero, sus ropas, se cubrió el cuerpo y corrió hacia los camerinos.

Es el placer de ver.

Es el placer de exhibirse.

Después bailaron cuatro chicas más. Solamente una de ellas parecía interesante. Al terminar el espectáculo Esmeralda se dirigió directamente a nosotros. Se sentó a mi lado. La saludé con un beso cerca de la boca mientras le tocaba las nalgas. Se dio la vuelta para saludar a Eulalio y aproveché para darle otra nalgada.

—¿Eres rapidito, verdad? —dijo y se sentó a mi lado. Pidió una cerveza. El mesero se la trajo y le dio una ficha.

—¿Qué es eso? —pregunté.

—Nada. ¿Ustedes ya no van a tomar? —volvió a llamar al mesero y le pidió más cervezas. Le entregó dos fichas más.

Se dio cuenta de que Eulalio se irritaba. Llamó a Michele, una de las chicas que había bailado (la interesante), para que se sentara con él.

Los cuatro comenzamos a beber. Las dos parecían desesperadas con las cervezas, se las acababan rápido. Al dejar la botella vacía volvían a llamar al mesero para pedir más. Y, como sucedía con cada cerveza, les entregaban fichas. Las teníamos que pagar en ese momento. Tomé a Esmeralda por el talle y la senté, de piernas abiertas, encima de mí. Busqué sus tetas. Levanté su blusa y comencé a chuparlas. Eulalio tampoco se quedaba atrás. Buscaba desesperadamente la carne desnuda, rodeaba las nalgas de Michele con sus manos, las metía entre sus ropas. Le pregunté a Esmeralda si había un lugar donde pudiéramos estar solos. Me dijo que sí, pero que tendría que pagar por eso. Fuimos al cuarto. Briagos los dos nos desnudamos. Le pedí a Esmeralda que se desvistiera lentamente. Así lo hizo. Cogimos de distintas maneras. El mundo era uno solo: rodeado de cuatro paredes, sin horizontes ni esperanzas. Sólo la carne, el pecado de Adán y Eva. Bajo el efecto de las cervezas nada parecía importar. ¿El amor? Qué va. Es como dios, no existe. Existo yo y existe ella. No hay más. Existimos los hombres como las mujeres y venimos a coger.

Comencé a vestirme. Ella se quedó en la cama fumando. Yo me ponía con rapidez la ropa. Le comencé a platicar la idea de las modelos. Le dije que su cuerpo era bastante interesante y que podría hacer una fortuna exhibiéndolo. Ella no me creía. Estás bolo, decía. Después me exigió que le pagara. Busqué entre mis bolsillos el dinero pero ya no tenía ningún peso. Me hice tonto un momento. Me acerqué a darle otro beso. Seguía desnuda. Todo el dinero nos lo habíamos gastado en las cervezas que les pagamos.

—Todas esas fichitas que te dieron por las cervezas son tu comisión. ¿Descuéntamelo, no? —le dije.

Le aseguré que si le entraba se lo iba a reponer, que ya no traía con que pagarle. La borrachera se le bajó al escuchar esas palabras. No tenía dinero. Comenzó a gritar el nombre del que, pensé, era el administrador del lugar. Me entró un miedo cabrón, así que salí corriendo del cuarto.

Eulalio estaba en el agasaje con la otra chava.

—Vámonos cabrón, antes de que nos cargue judas —le dije mientras Esmeralda salía corriendo desnuda del cuarto. Los demás nos quedaron viendo sorprendidos, uno de los guardias comenzó a correr hacia nosotros.

—Deténganse hijos de su chingada madre —gritó.

—Ni madres —le contesté y agarré a Eulalio de un brazo, comenzamos a correr rumbo a las escaleras. En la puerta se nos atravesó el policía quien, al escuchar el barullo, se había asomado sin saber exactamente qué pasaba.

—Hazte a un lado cabrón —le dije. Con el miedo detrás de mí, y olvidándome de la bolera, le solté una patada en los testículos. El policía cayó retorciéndose. Pasamos encima de él. Detrás de nosotros dos guardias corrían velozmente. Por suerte un taxi había dejado un pasaje exactamente frente al antro. Sin pensarlo dos veces nos subimos.

—Llévanos a donde sea, pero sácanos de aquí.

Después del azoro, Eulalio le indicó al taxista la dirección de su casa. Le pregunté si había arreglado algo con Michele.

—En eso estaba pero saliste con tu desmadrito. ¿Qué pasó?

Le conté lo sucedido.

—No le alcancé a decir, se nos fue vivo el pichoncito —dijo Eulalio antes de bajarnos del taxi. Todavía se cagaba de risa por lo ocurrido en la cantina.


mentas: vlatido@gmail.com

ilustración: Juan Nahual

viernes, 12 de junio de 2009

Doce


Eulalio y Doris no son muy dados al rock pesado. Prefieren la trova y a los rockeros intelectualizados como Jaime López o Sabina. Pero les pasa la onda de reventarse haciendo el slam. A veces les llevo discos de Espécimen o Transmetal y bien que mueven la cabeza. Consideran que “La gran ciudad”, de Luzbel, es la más fregona. Creo que sólo por escuchar esa rola decidieron ir al concierto.

Cuando entramos al auditorio tocaba un grupo de Chiapas. No recuerdo el nombre, pero sonaba más o menos, era algo de metal melódico. El lugar no estaba lleno. Nos sentamos en medio para ver de cerca a la banda. Bajé a comprar cervezas. Comenzamos a beber y a fumar. El olor a mota se sentía en todo el inmueble. Los locos bailaban, abajo, slam. Quince minutos pasaron esperando el paroxismo de las guitarras distorsionadas. Salió Lvzbel.

—Qué cabrón, el pinche Huizar ya está bien viejo —gritó uno detrás de nosotros. Los acordes de De un solo golpe, lentos, cadenciosos, arrancaron la ovación de los demonios y los coros de un solo golpe te come el infierno, de un solo golpe te quitan el cielo y después el solo de guitarra. Se apaga la luz. Se revientan la de Resucitando el sentido. También empiezan las tonadas lentas, pero después la batería le pega duro, saltan en la pista, se arman los madrazos, el baile, llueven cubitos de hielo y colillas de cigarros, se prenden y apagan las luces, resucitando el sentido. Luego El ángel de lujuria, Generación pasiva y En el filo de la oscuridad. Pero la cosa se puso mejor cuando vinieron las clásicas: Pasaporte al infierno (directo y sin regreso, tengo un pasaporte al infierno y tú también estás en el vuelo).

Déjate ser (mi piel se fusionó en tu piel y el amor en tu cuerpo).

La gran ciudad (y si te acercas al fuego verás salamandras volar, vienen sangrando recuerdos y así el sueño llega a su fin).

Advertencia (tus manos se han transmutado en cuerdas de guitarra, que sostienen paisajes de melodías encantadas).

Guerrero verde (la muerte para ti es una medalla en el pecho, guerrero verde, hijo de la muerte).

Kirieleison (detente, no corras más, no hay lugar donde esconderse, en la maldición del cielo estás, afilando su guadaña está la muerte).

Y, por fin, el éxtasis, la embriaguez de la música, el himno de los luzbélicos: El loco. Eulalio y yo bajamos, ya con varias chelas encima, a la cancha. Sonaron los primeros guitarrazos y la voz argentina (más bien aguardentosa, cansada y sin punch) del Huizar entonando las primeras letras Hace tiempo descubrí, que yo no vivía aquí, era un sonámbulo de mi realidad, los codazos se confundían con el golpe seco de la batería y la ejecución, fina, de la lira, pregono así el vacío de mi existencia, soy un humano por casualidad, Eulalio se perdió entre la marabunta. Los descamisados se aventaban entre sí, me aventaban, rodé en el círculo del linchamiento, me pateaban las costillas, como condenado a muerte me levanté. La rola seguía le pedí a dios que se me apareciera, para que así en él y en su palabra creyera, y sólo encontré a una Iglesia que peca de convenenciera, la música se detuvo y la voz cansada de Huizar pidió al respetable, jadeando, cantar a la de tres el clímax de la única rola que nadie discute: soy un pinche locooo, y la raza respondió al unísono, fundiendo la voz en una gran orgía de lenguas. Con el redoble de la batería saltaron todos y convirtieron ese lugar en un auténtico pandemonio. Eulalio apareció a mi lado con la vista extraviada y el torso desnudo, traía en la cara un chorro de sangre. Buscaba entre la gente a quien, según él, le había metido un codazo a la mala, lo cazaba, hago de mi futuro una utopía pues pretendo comprender esta voluble vida, soy un borrego más de esta sociedad, de mi hipocresía hago mi caminar. A la fuerza saqué a Eulalio de ese lugar, sangrando. Luzbel cerró la actuación con Esta noche es nuestra, una rola tranquila para calmar a los endemoniados.

En taxi, borrachos los tres, regresamos a la casa de Eulalio. Doris le curó la herida, una cortada en el pómulo izquierdo. Eulalio se metió a bañar y yo me quedé dormido en el sillón.

A las siete de la mañana me levanté a orinar. Rumbo al baño busqué un bote de cerveza. Lo destapé. Abrí la puerta del baño y encontré a Doris duchándose. Vi su cuerpo desnudo. Como un latigazo se me vino el recuerdo de Luna, de la primera vez que cogimos en San Cristóbal. Su cuerpo delgado pero carnoso me hizo recordar el de ella. La espalda surcada por la blanca espuma del jabón también revivió esos tiempos. Al ver la vagina ennegrecida imaginé la humedad de sus piernas. Entrecerré la puerta para seguir viendo. Espiar me producía una sensación inexplicable. Ser un mirón era como sentirme todopoderoso. Alucinaba detentar un poder que me llevaba al centro del mundo, a controlar el universo. Doris no se había dado cuenta de que la observaba. Sin recato ni morbo mostrábame sus carnes firmes. Seguí sus movimientos, uno a uno, hasta que cerró la llave de la regadera y tomó la toalla. Levantó la vista y me sentí descubierto. Lentamente empujé la puerta y volví a recostarme. Doris salió del baño silbando un remake de Moderatto (pinche Doris). Tomé uno de los libros de Eulalio y me puse a leer. Doris apareció con su mochila al hombro y dijo que iría a El zapotal.

—Cuídate, Gilberto, ya no eches trago. Dile a Eulalio que voy a regresar después de la comida. Los veo luego.

Me dio un beso en la mejilla, despidiéndose de mí como los grandes amigos de siempre.


mentas: vlatido@gmail.com

ilustración: Juan Nahual

viernes, 5 de junio de 2009

Once



En Tuxtla la Avenida Central es el lugar ideal para ser visto. Recorrerla lleva no más de 30 minutos. La gente, sin importar clase social, la camina de parque a parque: del Morelos al de la Marimba al Central y al Jardín del Arte. Como hormigas van, vienen, van, vienen, van, se quedan, regresan… Al parque de la Marimba llegan los nostálgicos y la nueva sociedad chic que, heroicamente, rescata nuestras tradiciones con helados Holanda, café orgánico, hamburguesas, esquites y elotes hervidos. A las ocho de la noche, más o menos, comienza el guateque. Una marimba orquesta, X, suena acompañada del bajo, la guitarra, percusiones y metales. Todo un grupazo. Las notas musicales impulsan primero a los viejecitos a abrir pista frente al quiosco, ubicado en el centro del parque (como todo buen pueblo que se precie de ser digno). Los pasos son cadenciosos, uno, dos, tres, vuelta, uno, dos tres, vuelta. Después a los jóvenes que sudan cultura, que regresan a nuestras raíces. Con pantalones de gabardina, combinados con camisas caras, exquisitas, se pasean alrededor del quiosco, frente a las bancas donde los espectadores siguen paso a paso los pormenores del baile.

Caminé hacia el parque Central. De un lado la catedral y atrás cafés y cines. Ahí están los periodistas de la ciudad. Clásico: una taza de café, un cigarro, lentes oscuros, cruzados de piernas y un periódico, no importa cuál: puede ser el Cuarto Poder, uno de los más serviles, gobiernista a morir (con su exclusiva sección de putas, donde habían colocado nuestro anuncio); La Voz del Sureste, de los ecuánimes, El Diario de Chiapas, de los camaleones; o uno de oficina, de los que se leen en el escritorio de los diputadillos sólo porque ahí los alaban.

Frente al Palacio Municipal una horda de putas exhibe sus flácidas carnes ante la mirada complaciente de la policía. Se pasean dándole vueltas a sus bolsas mientras lanzan silbidos a cualquiera que pasa, con tal de ganarse unos 200 pesos por una mamada o una cogida exprés. ¿Y si contrato a una de estas lonjudas para que pose desnuda? No, la tirada es otra. Pegado en una de las paredes del palacio hay un cartel que anuncia un concierto. Luzbel, el grupo más chido de heavy metal que existe en México, otra vez en Tuxtla. Se presentará ¿mañana? en el auditorio municipal. ¿Es posible? Arturo Huizar y su banda de endemoniados, sin el Greñas (lástima), harán llorar de nuevo al cielo de Tuxtla, y dejarán que el ángel de lujuria invada esta gran ciudad. Y yo no lo sabía. Hago de mi futuro una utopía pues pretendo comprender esta voluble vida, soy un borrego más de esta sociedad, de mi hipocresía hago mi caminar… ¡soy un pinche loco! Caminé apresurado a los teléfonos que están frente al cine Alameda. ¿Eulalio?, corre a hablarle a Doris… Luzbel en Tuxtla, ¿no te da gusto?

—Sí, hombre, ayer me enteré, pensé que ya lo sabías.

—No manches, dónde diantres estaba metido que no me había enterado. ¿Por qué no me avisaste?

—Estás quedado en los años ochenta. Luzbel ya se hizo viejo, ni siquiera tocan como antes. Sus buenos tiempos ya pasaron.

Por un lado tenía razón, los luzbélicos ya no sonaban como antes, pero sus buenos discos quedan ahí para escucharlos, esos no pasan de moda ni se hacen anticuados.

El grupo está viejo. Son casi 20 años de andar duro con las guitarras. Sus dos primeros discos fueron los que le dieron la gloria: Metal caído del cielo y Pasaporte al infierno. Todos los quedados en los ochenta gozaron con “La gran ciudad”, “El loco”, “Guerrero verde”, “Kirieleison”, “Déjate ser”, “Por piedad”, “Advertencia”; después los bajones con las salidas del Greñas y de Huizar: el Greñas formó Argus (también sonaba de poca madre con Valle azul) y Huizar se unió a Raxas (perra la del “Vigilante”). Luzbel siguió existiendo y grabaron, sin Huizar, ¿Otra vez? Después se unieron para sacar el último gran disco: La rebelión de los desgraciados (se cansaron de esperar la resurrección de los muertos, sepultaron el mito de Carlos Marx). Luego varios discos con pocas rolas rescatables. Ahora dicen que hay dos grupos: Luzbel y Lvzbel. El primero del Greñas, no lo he escuchado; y el otro, el que viene a Tuxtla, del Huizar, casi una mierda. Pero tocan las clásicas.

mentas: vlatido@gmail.com

ilustración: Juan Nahual